Roma (Italia). El siglo XX ha estado marcado por la sangre de los mártires: en preparación al Jubileo del año 2000, san Juan Pablo II instituyó la Comisión de los Nuevos Mártires, que reúne más de doce mil expedientes, de los cuales 119 forman parte de la Familia Salesiana.
El 22 de septiembre, en el calendario litúrgico propio de la Familia Salesiana, está indicada la memoria de los beatos José Calasanz Marqués y Enrique Sáiz Aparicio, sacerdotes y compañeros mártires. Se trata de un grupo de 95 miembros de la Familia Salesiana -39 sacerdotes, 22 clérigos, 24 hermanos, 2 Hijas de María Auxiliadora, 4 Salesianos Cooperadores, 3 aspirantes a salesianos y un colaborador laico- que tuvieron la valentía de ser fieles a su fe cristiana y a su vocación salesiana, manifestando confianza en Dios y perdón hacia sus asesinos.
Murieron entre julio de 1936 y abril de 1938 en España, durante la guerra civil, y junto a otros 138 mártires de otras familias religiosas fueron beatificados por Juan Pablo II el 11 de marzo de 2001.
Entre ellas Sor María Carmen Moreno Benítez (1885 – 1936) y sor María Amparo Carbonell Muñoz (1893 – 1936), Hijas de María Auxiliadora, en julio de 1936, se encontraron juntas, en la misma casa – colegio de Santa Dorotea de Barcelona (Sarrià): la primera era vicaria y la segunda hacía de todo.
Sor Carmen, que había sido directora en Valverde durante nueve años y había conocido y asistido a la beata Sor Eusebia Paolomino en la hora de su muerte, había llegado a Barcelona a finales de junio. Sor Amparo era de origen humilde y había experimentado muchas dificultades en su vida: la escasez de educación y la oposición de su familia habían retrasado su ingreso en el Instituto; Inmediatamente después de su primera profesión, una enfermedad había debilitado sus fuerzas físicas; En 1931 tuvo que regresar con su familia por razones desconocidas. De vuelta a la comunidad de Barcelona, Sarrià, con su habitual dedicación incansable, se prestó a las muchas necesidades de la casa, sede de la inspectoría en la que se acogía a las hermanas que pasaban.
Tras las elecciones de febrero de 1936, ganadas por una coalición formada por comunistas, socialistas y republicanos, la situación política en España se había complicado. Las manifestaciones violentas contra sacerdotes y religiosos y la profanación de iglesias y capillas se multiplican. El 17 de julio de 1936, los contrastes internos se convirtieron en una verdadera guerra civil. Ese mismo día, en la casa Sarrià de Barcelona, se iniciaron unos ejercicios espirituales en los que participaron unas setenta hermanas. En el mismo edificio había también doce novicias y una treintena de muchachas.
En poco tiempo, se organizó la evacuación: las religiosas y novicias recibieron ropa de civil, se buscó la manera de que ellas y las niñas llegaran a sus familias. El 24 de julio, las religiosas italianas se embarcaron en un barco con destino a Italia. Solo quedaban tres: la Sor Xammar, que acababa de ser operada de cáncer y no estaba en condiciones de viajar, la Sor Carmen y Sor Amparo, que se ofreció a ayudarla.
En la noche del 1 de septiembre, las tres fueron arrestadas. Tras el interrogatorio, la religiosa enferma fue liberada, mientras que sor Carmen y sor Amparo, en la madrugada del 6 de septiembre de 1936, fueron asesinadas en el Hipódromo de Barcelona, no lejos de la casa de Santa Dorotea.
Su muerte, reconocida como “martirio”, es efectivamente un testimonio de caridad fraterna, de paciencia humilde y valiente para afrontar las pruebas más dolorosas, pero también de fidelidad al Evangelio y a la profesión religiosa. En el Hipódromo, esa mañana, no tenían nombre, pero sí un número: 4676 Sor Carmen y 4677 Sor Amparo. Tal vez pensaron en borrar su recuerdo. No fue así.
Al anunciar su beatificación, en la Circular nº 829 del 11 de febrero de 2001, la entonces Superiora General, Madre Antonia Colombo, escribió:
“Sor Amparo y Sor Carmen son las dos primeras FMA mártires reconocidas por la Iglesia, pero no son las únicas en la historia de santidad del Instituto. Para nosotros, su beatificación celebra la dimensión de martirio inherente al da mihi animas cetera tolle. […]
Para nosotras, FMA, este fuerte momento, eclesial y salesiano, es un retorno a la profundidad de la consagración bautismal y de la profesión religiosa que celebramos juntas en el nuevo sí y que renovamos diariamente en el encuentro eucarístico. Aquí la ofrenda total de nosotros mismos en el amor tiene el rostro martirial del da mihi animas cetera tolle.
Vivamos el espíritu del martirio en fidelidad a nuestra misión, poniendo en práctica las palabras de Don Bosco que invitaba a sus hijos a estar dispuestos a “sacrificarlo todo para cooperar con Cristo en la salvación de la juventud” (C 22). María Doménica nos enseña a vivir todo esto con noble y serena sencillez: “Debemos hacer siempre sacrificios mientras estemos en este mundo, hagámoslos de buena gana y con alegría, el Señor se fijará en todos ellos y a su debido tiempo nos dará una hermosa recompensa” (L 22).
Cuando la violencia se extiende, sólo el amor, como el de Jesús, puede detenerla y vencerla, misteriosa e infaliblemente. Como él, también sor Carmen y sor Amparo.