Roma (Italia).El 13 de noviembre de 2024 en Roma, en el Aula Magna Juan Pablo II de la Pontificia Facultad de Ciencias de la Educación “Auxilium”, en presencia de estudiantes y profesores, Madre Chiara Cazzuola, Superiora General del Instituto de las Hijas de María Auxiliadora y Gran Canciller, Sor Ena Veralís Bolaños, Consejera para la Administración, Sor Ruth del Pilar Mora, Consejera para las Misiones y la Superiora de Visitaduría, Sor Jessica Salvaña – el Año Académico 2024/2025 ha sido inaugurado oficialmente.
El acto académico fue abierto con la Celebración Eucarística, presidida por el P. Andrea Bozzolo, Rector Magnífico de la Universidad Pontificia Salesiana, concelebrada por otros sacerdotes.
En su homilía en la Misa votiva del Espíritu Santo, comentando las lecturas, dijo: “Todo el universo está implicado en este movimiento de espera de la adopción a nuestra auténtica condición, la de los hijos. Es por eso que Pablo dice que, además del gemido de la creación, también nosotros gemimos interiormente mientras esperamos la adopción como hijos (Rom 8:22-27). Y es precisamente el Espíritu Santo quien despierta en nosotros esta espera, este anhelo.
Pensemos en cómo esto es esclarecedor para nuestra misión como educadores. Captar en los deseos de los niños y de las niñas, en las expectativas de los adolescentes y en sus inquietudes, en los sueños de los jóvenes, la obra del Espíritu Santo que gime en el corazón, para sacar a la luz esa obra maestra. (…) Por eso , los educadores son guardianes de la esperanza, son los que siguen el paso de los niños y de los jóvenes para recordarles la promesa que los habita y ayudarles a captar, en los gemidos de su crecimiento, a menudo laborioso, la obra inefable del Espíritu Santo que los anima incansablemente y los impulsa a seguir adelante. Don Bosco y Madre Mazzarello, hombre y mujer del Espíritu Santo, creían en la capacidad de los jóvenes para tender hacia ese “más allá” al que Dios nos llama, al que de una manera muy sencilla llamaban santidad”.
La mañana cobró vida con un acto de esperanza: la inauguración de “I Care Lab”, un aula “transformable” para la “enseñanza transformadora”. Se trata de un nuevo entorno en el que alumnos, profesores, otros profesionales, podrán aprender a gestionar las actividades educativas; realizar y grabar eventos y clases en línea; colaborar para crear, innovar y experimentar con nuevas metodologías de formación; Compartir buenas prácticas. Un espacio -compuesto por un aula tecnológica avanzada con una sala de control conectada- en el que la innovación educativa está al servicio de las personas. “El nombre – precisó la directora, Sor Piera Ruffinatto – refleja nuestro compromiso de cultivar la integridad, el cuidado, la pasión y la responsabilidad hacia la educación, porque educar significa tomar en serio el futuro de los que aprenden y de los que enseñan”.
“Me gustaría agradecer al Señor por esta oportunidad que aumenta la capacidad de comunicación de la Facultad y agradecer a quienes han contribuido a la realización. Asegurémonos de que este salón de clases sea verdaderamente para la santificación y un lugar donde podamos crecer profesionalmente”. Estas son las palabras de la Madre General, antes del corte de cinta, que fue seguido por la bendición del ambiente y de las personas por parte del Obispo, Mons. Giovanni Cesare Pagazzi.
A continuación, se presentó el Informe de la Decana, Sor Piera Silvia Ruffinatto, sobre el Año Académico 2023-24, un año lleno de compromisos y actividades, llevadas a cabo a través de las tres misiones que capacitan a la Facultad – docencia, investigación y actividades externas – con miras a la esperanza. “Nuestra misión cultural -subrayó- combina la esperanza con la educación. De hecho, no se puede educar a una persona si no se cree en su potencial para el bien y la vida. Cada esfuerzo intelectual, cada hora dedicada al estudio, cada proyecto de investigación nace de la esperanza de que nuestro compromiso pueda conducir a descubrimientos significativos, a una comprensión más profunda de la realidad y de su sentido profundo y a soluciones innovadoras capaces de responder a los grandes desafíos de nuestro tiempo”. Por eso, “educar es un acto de valiente esperanza”.
“La levadura y la harina (cf. Mt 13, 33). Una metáfora insólita del Reino y de su anuncio” es el tema de la Encomienda Académica a cargo de Mons. Giovanni Cesare Pagazzi, Secretario del Dicasterio para la Cultura y la Educación, que propuso una lectura original de las páginas del Evangelio: la parábola de la levadura y la harina y el acontecimiento en el que Jesús resucitado, a orillas del mar de Galilea, Cocina pescado para sus discípulos.
Profundizando en sus diversos aspectos el “gesto humanísimo de cocinar”, un acto de extraordinaria atención a las personas, como el de Jesús, que cocina pescado para sus discípulos, habló de su capacidad transformadora, semejante a la educación: ”
“El arte de cocinar está cerca de educar, porque es transformador para la vida, es mantener unidos los opuestos, es la memoria de la familia, de las culturas, de los pueblos, es el acto de enseñar y aprender, es el conocimiento práctico; Es una herencia que propicia el momento creativo, es atención a las personas, a las cosas, a los tiempos, es despertar el hambre”.
Un programa para profesores, estudiantes para el estudio e investigación de los profesionales de la educación, porque la responsabilidad del acto educativo es “dar el sabor y el sabor” de las cosas, las personas y el mundo.
El acto académico concluyó con el saludo de Madre Chiara Cazzuola, Gran Canciller de la Facultad, al final del cual declaró abierto el año académico 2024-2025.
“Creo que inaugurar un nuevo año académico es un gran acto de esperanza en el futuro, pero también una declaración de amor a la vida“, comenzó la Madre. Retomando las palabras del Papa Francisco – “Para educar hay que alimentar la esperanza en la persona que se quiere educar, que es portadora de bien y de novedad y apostar por el futuro” -, dijo: “Es necesaria una nueva educación que promueva la trascendencia de la persona humana, el desarrollo humano integral y sostenible, el diálogo intercultural y religioso, la protección del planeta, encuentros por la paz y la apertura a Dios”.
Definió al educador como un artista profesional que, acompañando con su propio testimonio y sabiduría evangélica, “madura en el joven su identidad irrepetible, su sentido crítico, su amor a la verdad, su aspiración a la libertad, para que pueda sentir la necesidad de lo absoluto, de una respuesta a las preguntas de sentido que surgen y, de relacionarse auténticamente con Jesús, una plenitud que ilumina la existencia de cada criatura y que compromete la solidaridad, llamada evangélicamente: caridad, proximidad, fraternidad”.
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