Roma (Italia). La Cuaresma es el “tiempo fuerte” que prepara a la Pascua, el corazón del año litúrgico y de la vida de todo cristiano, tiempo de arrepentimiento y de conversión que, como recuerda el Papa Francisco, “anuncia y realiza la posibilidad de volver al Señor con todo el corazón y con toda la vida”. Vivimos una Cuaresma particular, que se ha transformado en “cuarentena”, con la prohibición de abandonar las propias habitaciones y con la suspensión de todas las celebraciones y las prácticas ligadas al culto religioso. Las iglesias están cerradas, pero los sacerdotes, religiosos y religiosas, laicos de las comunidades pastorales, están respondiendo con creatividad y pasión a aquello que es un tiempo de emergencia también sacramental.
El Papa Francisco inicia así la Udienza generale del 26 de febrero de 2020, miércoles de ceniza, con el título “Cuaresma: entrar en el desierto”:
“Imaginemos que estamos en un desierto. La primera sensación sería la de encontrarnos envueltos por un gran silencio: nada de rumores, a parte del viento y nuestra respiración. He aquí que el desierto es el lugar del desapego del ruido que nos rodea”.
Mientras, sin saber que en breve todos habremos experimentado esta condición, describe un escenario muy similar al que estamos viviendo: iglesias cerradas, calles, plazas y parques desiertos, oficinas deshabitadas, un insólito silencio al que nadie estamos habituados. Estamos haciendo experiencia de la privación de lo superfluo, del retorno a lo esencial:
“El desierto es el lugar de lo esencial. Miremos nuestras vidas: ¡cuántas cosas inútiles nos rodean! Perseguimos mil cosas que parecen necesarias y en realidad no lo son. Cuánto bien nos haría liberarnos de tantas realidades superfluas, para descubrir lo que cuenta, para encontrar los rostros de quienes tenemos al lado (…) Ayunar es saber renunciar a las cosas vanas, a lo superfluo, para ir a lo esencial. (…) es buscar la belleza de una vida más sencilla”.
Un ayuno “saludable” en ciertos aspectos, porque descubrimos lo que cuenta verdaderamente y fortalecemos las relaciones, sintiéndonos más unidos. Pero la experiencia del ayuno que no habremos pensado nunca vivir es el ayuno de los sacramentos. Las Diócesis y cada una de las parroquias se han organizado inmediatamente con las directa streaming, transmisión en directo, para ponernos en contacto con los fieles y hacer sentir su cercanía a través de celebraciones eucarísticas y momentos de plegaria. Se precisa que: “la realidad virtual no puede sustituir a la real presencia de Cristo… y al culto participado en el seno de una comunidad humana de carne y hueso”. (Pontificio Consejo de las comunicaciones sociales, La Iglesia en internet n. 9, 22 de febrero de 2002).
La condición que se experimenta es por tanto la de un largo Viernes Santo, sin Eucaristía pero, como decía don Bosco: “Si no podéis comunicaros sacramentalmente haced al menos la comunión espiritual, que consiste en un ardiente deseo de recibir a Jesús en vuestro corazón” (MB III, p. 13). Además, las celebraciones a través de los medios de comunicación permiten “partir el pan de la Palabra” y reunirse en plegaria.
Significativos son los gestos del Papa Francisco en esta Cuaresma en que, para hacerse cercano a todos los cristianos e interceder con ellos por el cese de la pandemia, ha querido dos momentos fuertes: el 25 de marzo la oración del Padre Nuestro con todos los cristianos y, el 27 de marzo, el momento de plegaria en el cementerio de la plaza de San Pedro, vacío de fieles, con la especial bendición Urbi et Orbi, como anunció después del Angelus del 22 marzo: “ Escucharemos la Palabra de Dios, elevaremos nuestra súplica, adoraremos al Satísimo Sacramento, con el cual al final daré la Bendición Urbi et Orbi, a lo que se adjuntará la posibilidad de recibir el momento de la oración en el cementerio de la plaza de San Pedro según las condiciones previstas por el reciente decreto de la Penitenciaría Apostólica”.
En la jornada del 27, la Presidencia de la CEI ha invitado también a todos los Obispos a vivir el “Viernes de la Misericordia de la Iglesia italiana”, con una peregrinación a un cementerio de la propia diócesis, a rezar por tantos enfermos de coronavirus muertos sin el consuelo de los parientes, ni de los sacramentos: “Será éste “el Viernes de la Misericordia” de la Iglesia italiana; un Viernes de Cuaresma, en el cual la mirada al Crucificado invoca la esperanza consoladora de la Resurrección”.
También Madre Yvonne Reungoat, en la Circolare n°995, recuerda la importancia de la oración: “La oración es un signo importante y el Papa Francisco nos da el ejemplo, acompañando a la Iglesia y al mundo en las modalidades que son compatibles con la situación”.
Gestos que hablan de un Pastor que acompaña a los fieles a lo largo de las empinadas pendientes de la historia, buscando que no falte el agua del consuelo y de la esperanza, dando sentido a un ayuno que no tiene un fin en sí mismo, porque después del Viernes Santo viene siempre la Pascua de Resurrección.