Roma (Italia). El 15 de octubre de 2024 celebramos a Santa Teresa de Ávila, (1515 – 1582), monja carmelita, cuyas experiencias y enseñanzas han sido reconocidas por la Iglesia a través de San Pablo VI quien, en 1970, la proclamó, la primera mujer de la historia, Doctora de la Iglesia. Santa Teresa vivió una experiencia singular de oración que renovó toda su vida en una dinámica unitaria de acción y contemplación.

Don Bosco quiso que fuera patrona del Instituto de las Hijas de María Auxiliadora, precisamente por su singular capacidad para conjugar la oración y la actividad en una síntesis armoniosa basada en el amor. La doctrina de Teresa, basada en la experiencia y en la búsqueda personal, ha guiado a generaciones de creyentes que han encontrado en ella una maestra de vida espiritual.

Para Teresa, el medio esencial para el “Camino de Perfección” es la meditación. Escribe: “Estoy convencida de que, si por la gracia de Dios el principiante se esfuerza por alcanzar la cumbre de la perfección, entrará en el cielo no solo, sino con mucha gente, como un buen capitán a quien Dios ha confiado un fuerte ejército “. (Libro de la Vida 11:4.)

Para ella, “nunca se debe descuidar la meditación sobre el autoconocimiento” (Libro de la Vida 13:15), ya que el objetivo final es la configuración con Cristo. Es una metamorfosis que compara con la de las orugas en mariposa: “Ahora veamos cómo se transforma este gusanito, que es el propósito de todo lo que he dicho. Cuando en esta oración está muerta para todas las cosas del mundo, se transforma en una mariposa blanca”. (Castillo Interior V 2,7)

“Para mí, de hecho, vivir es Cristo y morir es ganancia. Lo mismo, me parece, pueda decir ahora el alma,, porque es aquí donde muere la mariposa, de la que hemos hablado, y con gran alegría, siendo Cristo ahora su vida”. (Castillo Interior VII 2,5)

Para Santa Teresa, la meditación no es un asunto privado, que produce efectos significativos en la vida de aquellos que de alguna manera están confiados a quien incluso comienza a practicarla. En El Camino de Perfección, afirma que, antes de hablar de la oración, dirá algunas “cosas tan necesarias que, con ellas, sin ser espíritus contemplativos, se puede progresar mucho en el servicio del Señor, mientras que si no se poseen, es imposible ser grandes almas contemplativas” y continúa:

“Me limitaré a hablaros sólo de tres cosas inherentes a las mismas Constituciones, ya que es muy importante comprender la estricta obligación de observarlas para tener la paz interior y exterior, que el Señor tanto nos ha recomendado: la primera es el amor recíproco, la segunda, el desprendimiento de todas las criaturas, la tercera, la verdadera humildad que, aunque yo la menciono en último lugar,  es la principal virtud y las abarca a todas”. (Camino de Perfección 4,4)

La oración se prepara con la vida, la vida se santifica con la oración en un círculo virtuoso que tiende a absorber todas las dimensiones de la vida de la persona.

Santa Teresa es de una actualidad desarmante, ya que es una gran conocedora del alma humana y, por lo tanto, no duda en advertir: “Recomiendo encarecidamente que nunca dejemos la oración, porque con ella conocemos nuestro estado, nos arrepentimos de la ofensa hecha a Dios y adquirimos la fuerza para levantarnos de nuevo. Sí, sí, créeme: los que se apartan de la oración corren el mayor peligro”. (Libro de la Vida 15:3).

Por el contrario, quien persevera en el camino de la oración y de la meditación revigoriza y desarrolla sus talentos hasta el punto de expresar la creatividad y la audacia de la caridad: “Este es el fin de la oración, hijas mías; para eso es el matrimonio espiritual, para dar a luz obras siempre nuevas” (Castillo Interior, VII 4, 6).

Desde Santa María Mazzarello hasta Madre Chiara Cazzuola, las Superioras Generales del Instituto de las Hijas de María Auxiliadora han dedicado una o varias Circulares a recomendar la meditación.

La Madre Antonia Colombo, por ejemplo, se detiene repetidamente en el tema, afirmando: “Estoy convencida de que la mayoría de las dificultades que encontramos en nuestras relaciones y que a veces hacen problemática la posibilidad de tejer la unidad en la diversidad surgen de la superficialidad y la dispersión derivadas de la menor capacidad de vivir en silencio. Esto es fundamental en la existencia de cualquier criatura que quiera crecer en orden, unificándose en torno al núcleo central de sus elecciones. Tanto más para el creyente en Cristo, que está llamado a entrar en contacto con la Palabra que brota del silencio del Padre, a guardarla en el corazón, a confrontar con ella cada acontecimiento”. (Circ. n° 800, 24 de abril de 1998).

La Circular n.º 816 del 24 de diciembre de 1999 recuerda el informe de Theresa Ee-Chooi a la Asamblea Interreligiosa celebrada en la Ciudad del Vaticano en octubre de 1999: “El enfoque que usted ha presentado implica en primer lugar un cambio en nosotros mismos, porque cuando cambiamos también instamos a un cambio en los demás. Consiste en el uso de una herramienta que la mayoría de las religiones poseen y que da a las personas la capacidad de elegir el bien, de crear lazos de unidad en el respeto mutuo. Se trata de la meditación y la consecuente práctica de la atención consciente, acompañada del arte de escuchar”.

En esencia, el arte de la meditación es una condición esencial para la transformación interior y, por lo tanto, para cualquier cambio real en la comunidad y en la sociedad, pero además es un terreno para la confrontación y el diálogo entre religiones y culturas, tan necesario para la paz.

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